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martes, 29 de diciembre de 2020

Balance 2020

He tenido la fortuna y la oportunidad de trabajar en muchos ámbitos: asociación de personas con enfermedad mental, Servicios Sociales Comunitarios, Agencia para la Dependencia, residencia de personas mayores, U.E.D de personas con Alzheimer... En todos estos sectores creo que he aprendido algo, sin embargo, considero que la trabajadora social que soy se lo debo básicamente a la cárcel. Al fin y al cabo, es mi experiencia laboral más extensa.

Mi relación con la prisión podríamos definirla como complicada, le tengo una especie de amor/odio difícil de explicar. De cualquier modo, ahora que trabajo en Servicios Sociales de base intento no olvidarme de sus enseñanzas: por ejemplo, que se puede desarrollar trabajo social sin ayudas económicas. El hecho de casi no contar con prestaciones dinerarias te obliga a presentarte desnuda ante la persona interna, sin posibilidad de parapetarte en más recursos que la relación de ayuda y la creación de un vínculo genuino. 

O por ejemplo, percatarte de la importancia de argumentar las decisiones que afecta a la población penitenciaria. Explicarle a una persona que el sentido de mi voto ante un beneficio penitenciario va a ser negativo ha sido uno de los retos más difíciles de acometer en mi trayectoria profesional. No obstante, esta explicación ha resultado a la larga notablemente beneficiosa. Primero, porque preserva la dignidad de la persona y su derecho a ser informada, segundo, porque contribuye a la definición de la relación de ayuda y, tercero, porque muestra y devuelve las consecuencias de una determinada conducta.

Por todo esto, abracé con esperanzas el Real Decreto-ley 20/2020, de 29 de mayo, por el que se establece el ingreso mínimo vital. Creía que su aprobación implicaría, por fin, sacar la cobertura de necesidades básicas del sistema de servicios sociales. De esta manera, el trabajo social volvería a desempeñar sus verdaderas funciones.
¡Craso error!

Un I.M.V. que establece requisitos tan absurdos como un límite de percepción económica en el año anterior, unos plazos para su percepción que superan el medio año y  un patrimonio máximo irrisorio no creo que pueda dar cobertura a toda la población con precariedad económica. Además, como denuncia la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión, supone un riesgo para otras partidas autonómicas destinadas a las rentas mínimas que se pueden ver mermadas. Con lo fácil que hubiera sido la aprobación de una Renta Básica Universal... Deseo 1 para el próximo año.

Otro tema que me tiene preocupada es la denominada Ley Trans, pendiente de aprobarse. Mucho se ha hablado de ella, incluso el debate se ha visto polarizado tanto que ha llevado a réplicas y contrarréplicas interminables en las redes, en la prensa y en el Congreso. Los temas que más polémica despiertan versan sobre la autodeterminación del género sin acompañamiento y/o supervisión psicológica, la hormonación y la edad establecida para transicionar y el cuestionamiento desde el feminismo de que ser hombre o mujer sea una mera elección. Yo no voy a entrar en argumentarios, para eso hay gente mucho más experta que yo: Dejo este artículo, y éste y este otro.

Pero sí que voy a hacer un breve relato personal. Soy la menor de tres hermanos: una hermana doce años mayor y un hermano diez años mayor. Mi familia es muy tradicional. Agricultores de varias generaciones con una ideología conservadora y continuista. Cuando era pequeña veía que mi hermana le hacía la cama a mi hermano, el domingo a ella le daban unas pesetas menos que a él, ella no podía salir si después no la iban a acompañar y siempre hasta una hora determinada, él no tenía esas restricciones. Cuando mi hermano llegaba del invernadero teníamos que salir rápidamente del cuarto de baño porque tenía prisa para ir a ver a la novia. Que digo yo... que ya podían haber hecho mis padres un segundo cuarto de baño en una casa de 180 metros cuadrados. 

Cuando se acercaban los reyes siempre deseaba lo mismo: un coche teledirigido y no la triste lloripecas, esa muñeca horrenda que lloraba si le mojabas la cara. El coche nunca llegó porque no era un juguete de niñas y a mí me daba vergüenza pedirlo, así que me conformaba con la muñequita en cuestión. 

Desde adolescente me gusta el fútbol, pero no había equipo femenino en el pueblo por aquel entonces, mis opciones eran baloncesto o balonmano, me incliné por el primero.

La realidad que yo observaba es que lo único malo de ser varón era tener que hacer la "mili", por lo demás era mucho mejor ser del sexo masculino. Así que, durante muchos años, si se me hubiera aparecido el genio de la lámpara lo primero que habría pedido es ser un chico. Como afirma Victoria Sendón «Si las leyes trans hubieran existido en nuestra generación (...) ahora seríamos señores con bigote y barba y con una doble mastectomía, porque cuando nos preguntaban qué queríamos ser de mayores, siempre decíamos que queríamos ser chicos»

Juan Soto Ivars sostiene que hay gente transexual definitiva y otra que fluctúa. "Si en el sentir puntual de una persona inicia un proceso de hormonación y operaciones, estamos dejando en la más absoluta vulnerabilidad a personas simplemente confundidas". Así que espero que se protejan los derechos de las personas trans, pero también que se abra un debate racional, sin tabúes y que esta ley no se apruebe sin las modificaciones necesarias. Deseo 2 para el 2021.

Por último, solo llamar la atención sobre como la pandemia ha influido en nuestro desempeño profesional. Durante el confinamiento afloró la soledad de parte de la ciudadanía, la dificultad para detectar el maltrato infantil o la violencia machista y la fragilidad de las personas usuarias que se sostenían con trabajos en la economía sumergida, pero también la capacidad de adaptarse a las nuevas tecnologías, de crearse cuentas de correo electrónico o mandar fotos vía guasap. Este contexto, en el que los contactos telemáticos han desplazado a muchos de los anteriores contactos físicos, supone un reto profesional. Primero, tendremos que ser capaces de discriminar cuando es necesaria una intervención presencial y cuando no. Segundo, evitar que la falta de contacto físico merme la calidad y calidez de nuestras intervenciones. Y, tercero, tratar la información que se genera por estos nuevos medios con la máxima confidencialidad como imperativo ético

Tal y como sostiene Viscarret, la creciente informatización y tecnologización de los espacios de trabajo proporciona una gran comodidad, pero también una elevada confusión no resuelta y la correspondiente controversia relacionada con los derechos y obligaciones de confidencialidad en estos nuevos entornos. Así que espero que sepamos adaptarnos a estas nuevas circunstancias en aras de prestar el mejor servicio posible a la ciudadanía. Deseo 3.

¡Ojalá el 2021 os sea mucho más propicio que el 2020, salud ante todo y que los reyes me traigan el coche teledirigido ya!


domingo, 12 de abril de 2020

Sentencia: Confinamiento

Photo by Luke Michael on Unsplash
El confinamiento está teniendo efectos positivos. Uno de ellos es que me está permitiendo parar un poco el ritmo diario y llamar por teléfono a gente con la que no contactaba hace tiempo. El otro día estuve charlando con una antigua compañera de prisión. Ella antes trabajaba en Régimen (oficinas), pero pidió cambio a V1 (vigilancia en módulos).

No pensaba hablar de la cárcel por un tiempo sin embargo, tras la conversación con mi amiga, me quedé reflexionando sobre algunas cuestiones. Es como si quisiera huir de la prisión, pero ella siempre fuese más rápida. Si buscamos confinamiento en el diccionario de sinónimos nos encontramos con términos como reclusión, encierro o internamiento. Palabras que antes estaban forzosamente muy presentes en mi vocabulario, después abandoné y ahora han vuelto a la actualidad.

Está similitud terminológica me ha llevado a establecer una comparativa entre la situación con la declaración del estado de alarma y el hecho de estar condenado a un internamiento. Al fin y al cabo ambas circunstancias implican un menoscabo de la libertad, entendida de forma mundana, como restricción de la capacidad de elección más o menos amplia.

El hecho de trabajar en prisión provocaba en la gente un deseo morboso de hablar de ella. Lo comprendo, es tan desconocida y alejada de la sociedad que causa curiosidad. Yo, la verdad, temía mucho esas preguntas porque no siempre estaban movidas por el ánimo de enmendar esa ignorancia. En muchas de las ocasiones ya existían prejuicios y lo que yo dijese o argumentase no iba a mover en nada esas ideas preconcebidas. En el mejor de los casos sonreían con condescendencia, como diciendo "qué ingenua la pobre"

El tiempo está compensando los berrinches que me he llevado en reuniones familiares y conversaciones vecinales. En el fondo, estoy viviendo un sentimiento malvado de regocijo cuando escucho a la gente quejarse del confinamiento. Ahora, tener mermada la capacidad de movimiento ya no parece tan baladí. Precisamente por esto, considero que sería el momento de debatir una serie de temas importantes como el endurecimiento penal o la pena de prisión permanente revisable. Temas nada actuales, pero que quizás, ahora más que nunca, se podrían abordar con una mayor perspectiva y proximidad, con más empatía y realidad, desde la experiencia vivencial de tener coartada la libertad.

El populismo punitivo está presente en todos los órdenes ideológicos. Sí, la derecha más, la izquierda menos, pero cuando surge algún caso un poco más escabroso de lo habitual o con mayor difusión mediática suele unir posicionamientos. Ahora estamos confinados, y aun así, podemos comprar el vino para el fin de semana, sacar los perros a pasear y disponer de un móvil para hacer videollamadas. En prisión no se puede tener móvil, tienen restringidos lo permisos y no hay vis a vis. ¿Parece ahora tan buena la prisión?

Al ya aislamiento que implica una condena de prisión se ha sumado con el coronavirus un recorte de los escasos privilegios que tienen las personas internas: los beneficios penitenciarios. Supuestamente, los familiares pueden contraer el virus y contagiarlo a la población penitenciaria, pero el personal de prisión sigue entrando y saliendo en la creencia que aquél no puede contagiarse, supongo.

Creo que existen dos temas importantes a los que está afectando el confinamiento. Uno de ellos es el emocional. Aprovechamos el paseo perruno para ver a mis suegros desde el balcón. El otro día él nos dijo "os debo muchos besos". Frase que me heló el alma y me recordó a ese tiempo congelado que implica estar recluido. Mi suegro tiene ochenta y siete años y siente que esos abrazos no dados no se pueden recuperar. No le falta razón a un hombre que casi no tiene estudios y que, sin embargo, comprimió en su frase toda una teoría sobre los efectos de la reclusión que Melina Crespi e Isabel Mikulic han abordado ampliamente.

A estos efectos emocionales, relacionales o sobre el vínculo, se suman los económicos. Una economía que tanto nos preocupa por sus consecuencias globales y por la que tan poco nos interesamos cuando a quien afecta es a una única familia: la de la persona reclusa. Plantearnos las consecuencias económicas de un internamiento o que la condena a una persona es una condena a la familia completa quizás nos ayude a afinar posicionamientos con respecto a la renta básica universal e incondicionada.

Por último, me despido enviando mi apoyo a todas las personas afectadas por el virus y mi pésame a los familiares de los fallecidos. Lo único que es más trágico que la reclusión es la enfermedad y la muerte.