domingo, 12 de abril de 2020

Sentencia: Confinamiento

Photo by Luke Michael on Unsplash
El confinamiento está teniendo efectos positivos. Uno de ellos es que me está permitiendo parar un poco el ritmo diario y llamar por teléfono a gente con la que no contactaba hace tiempo. El otro día estuve charlando con una antigua compañera de prisión. Ella antes trabajaba en Régimen (oficinas), pero pidió cambio a V1 (vigilancia en módulos).

No pensaba hablar de la cárcel por un tiempo sin embargo, tras la conversación con mi amiga, me quedé reflexionando sobre algunas cuestiones. Es como si quisiera huir de la prisión, pero ella siempre fuese más rápida. Si buscamos confinamiento en el diccionario de sinónimos nos encontramos con términos como reclusión, encierro o internamiento. Palabras que antes estaban forzosamente muy presentes en mi vocabulario, después abandoné y ahora han vuelto a la actualidad.

Está similitud terminológica me ha llevado a establecer una comparativa entre la situación con la declaración del estado de alarma y el hecho de estar condenado a un internamiento. Al fin y al cabo ambas circunstancias implican un menoscabo de la libertad, entendida de forma mundana, como restricción de la capacidad de elección más o menos amplia.

El hecho de trabajar en prisión provocaba en la gente un deseo morboso de hablar de ella. Lo comprendo, es tan desconocida y alejada de la sociedad que causa curiosidad. Yo, la verdad, temía mucho esas preguntas porque no siempre estaban movidas por el ánimo de enmendar esa ignorancia. En muchas de las ocasiones ya existían prejuicios y lo que yo dijese o argumentase no iba a mover en nada esas ideas preconcebidas. En el mejor de los casos sonreían con condescendencia, como diciendo "qué ingenua la pobre"

El tiempo está compensando los berrinches que me he llevado en reuniones familiares y conversaciones vecinales. En el fondo, estoy viviendo un sentimiento malvado de regocijo cuando escucho a la gente quejarse del confinamiento. Ahora, tener mermada la capacidad de movimiento ya no parece tan baladí. Precisamente por esto, considero que sería el momento de debatir una serie de temas importantes como el endurecimiento penal o la pena de prisión permanente revisable. Temas nada actuales, pero que quizás, ahora más que nunca, se podrían abordar con una mayor perspectiva y proximidad, con más empatía y realidad, desde la experiencia vivencial de tener coartada la libertad.

El populismo punitivo está presente en todos los órdenes ideológicos. Sí, la derecha más, la izquierda menos, pero cuando surge algún caso un poco más escabroso de lo habitual o con mayor difusión mediática suele unir posicionamientos. Ahora estamos confinados, y aun así, podemos comprar el vino para el fin de semana, sacar los perros a pasear y disponer de un móvil para hacer videollamadas. En prisión no se puede tener móvil, tienen restringidos lo permisos y no hay vis a vis. ¿Parece ahora tan buena la prisión?

Al ya aislamiento que implica una condena de prisión se ha sumado con el coronavirus un recorte de los escasos privilegios que tienen las personas internas: los beneficios penitenciarios. Supuestamente, los familiares pueden contraer el virus y contagiarlo a la población penitenciaria, pero el personal de prisión sigue entrando y saliendo en la creencia que aquél no puede contagiarse, supongo.

Creo que existen dos temas importantes a los que está afectando el confinamiento. Uno de ellos es el emocional. Aprovechamos el paseo perruno para ver a mis suegros desde el balcón. El otro día él nos dijo "os debo muchos besos". Frase que me heló el alma y me recordó a ese tiempo congelado que implica estar recluido. Mi suegro tiene ochenta y siete años y siente que esos abrazos no dados no se pueden recuperar. No le falta razón a un hombre que casi no tiene estudios y que, sin embargo, comprimió en su frase toda una teoría sobre los efectos de la reclusión que Melina Crespi e Isabel Mikulic han abordado ampliamente.

A estos efectos emocionales, relacionales o sobre el vínculo, se suman los económicos. Una economía que tanto nos preocupa por sus consecuencias globales y por la que tan poco nos interesamos cuando a quien afecta es a una única familia: la de la persona reclusa. Plantearnos las consecuencias económicas de un internamiento o que la condena a una persona es una condena a la familia completa quizás nos ayude a afinar posicionamientos con respecto a la renta básica universal e incondicionada.

Por último, me despido enviando mi apoyo a todas las personas afectadas por el virus y mi pésame a los familiares de los fallecidos. Lo único que es más trágico que la reclusión es la enfermedad y la muerte.