miércoles, 2 de julio de 2014

Un día como los demás.

Vivo a muchos kilómetros de mi lugar de trabajo y soy un poco lenta en arreglarme, razones por las que suelo levantarme temprano en un intento fallido por llegar pronto y así poder salir a una hora decente para el almuerzo.

Lo primero que hago al llegar es desayunar. No hay nada mejor que un café y un poco de tertulia sobre las últimas novedades gubernamentales para activarse o ponerse de mala follá.

Una vez recargadas las pilas me voy a mi despacho que está en el interior, denominamos así a las estancias donde se ubican los módulos de los internos y unas cuantas dependencias más para diferenciarlas de la parte de oficinas que se sitúan, por tanto, en el exterior. El despacho lo comparto con tres compañeros más, dos educadores y una trabajadora social. En el anterior despacho estábamos nueve personas por lo que ahora mismo me parece que estoy viviendo un sueño; era muy difícil hacer una simple llamada telefónica o centrarse en un informe.

Casi todos los días sigo el mismo ritual: realizo las gestiones pendientes, veo los asuntos que tengo que tratar en el Equipo Técnico y la Junta de Tratamiento y me organizo la agenda. Luego me voy a los módulos, recorriendo los largos pasillos que conducen a los mismos. Dicen que cuando se conoce el camino el trayecto parece más corto que cuando lo recorres por primera vez, pero yo los sigo viendo muy largos. Una vez frente al módulo, llamo al timbre y espero a que el funcionario me abra la puerta:

-Buenos días, ¿qué tal va todo?
-Hola, bien, ¿a quién vas a ver hoy?

Ojeo el libro de citas, le entrego un listado y comienzo con las entrevistas. Todos los días igual. Yo estaba aquel día con el piloto automático puesto: hacer tres clasificaciones, cuatro revisiones de grado, mirar los permisos no habituales y atender las demandas del módulo. Estaba terminando casi a tiempo de irme a la reunión del Equipo Técnico pero alguien pidió hablar conmigo a pesar de no estar inscrito en el libro.
http: cvc.cervantes.es

-Buenos días ¿Puede usted atenderme?
-Buenos días, no le conozco. ¿Es usted nuevo?
-Llevo en el módulo una semana. Sé que no estoy apuntado pero me gustaría tratar un tema.

Era un hombre de unos cuarenta y pico largos, muy delgado, con tatuajes, piel oscura, media melena y un claro deterioro de drogas y calle. Imaginé lo que querría: seguro que no tenía familiares que pudieran apoyarlo desde fuera, necesitaría ropa y en vestuario no habrían escuchado sus peticiones, o quizás estaba cobrando un subsidio por excarcelación y querría seguir percibiéndolo en prisión.

-Normalmente atiendo con cita previa pero dado que usted es nuevo... siéntese. ¿Cómo se llama?
(Me respondió diciéndome sólo el apellido, que es como se suele nombrar a los internos en la prisión).
-¿Y el nombre? (No me gusta llamar a la gente por el apellido, pareciera que la identidad se redujese a la procedencia de tal o cual familia)
-José.
-Dígame José, ¿cómo lleva el ingreso?
-Bien, no es la primera vez que entro. Ya he estado varias veces en la cárcel: Algeciras, Albolote y aquí, aquí también he estado. Sé como va esto.
-Lo he supuesto al estar usted en un módulo de reincidentes.
-Mi problema son las drogas, tengo el bicho (SIDA) y cobro una pensión por minusvalía. No tengo familia y vivo en una casa vieja que era de mis padres (ubicada en un barrio con altos niveles delincuenciales). Aquí siempre me repongo pero en la calle vuelvo a caer.

Resumió su situación sin pudor alguno, supongo que de tanto repetirla, casi mejor que un opositor en un supuesto práctico.

-El tema es que me gusta colaborar con una asociación que ayuda a los niños pobres. Cuando estoy en la calle, las drogas me ciegan y dejo de pagarla porque me lo gasto todo en revuelto (mezcla de heroína y cocaína) pero el otro día vi en la tele a unos pobres negrillos llenos de moscas y mocos y quisiera volver a pagarla. No recuerdo cómo lo hice la primera vez y no sé a quién acudir.

Supongo que tardé en reaccionar porque de nuevo me espetó:

-¿Me puede usted ayudar?

En los trámites que realicé no me voy a detener porque fueron unas simples gestiones a través del ordenador. Tan sólo una breve reflexión para terminar. Cuando terminé la entrevista le pedí al funcionario que me abriese de nuevo la puerta, ya llegaba tarde a la reunión de Equipo pero igualmente me encendí un cigarro y, recorriendo de nuevo esos ya no tan largos pasillos, pensé en dos cosas que había aprendido aquel día: yo tampoco estoy libre de prejuicios y todo el mundo puede dar lecciones de vida, incluso un interno prisionalizado y enfermo a una estupenda trabajadora social.

Hasta pronto.

Víctor Manuel "Soy un corazón tendido al sol"

8 comentarios:

  1. No lo has podido describir mejor, genial...
    Estupenda lección!! El desconociento genera prejuicio y ahí sí que es verdad que en menor o mayor medida caemos TODOS...
    Me ha encantao....

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  2. Toda la razón, Elena. ¡Cuántas veces nuestros prejuicios nos impiden acercarnos a lo mejor de cada persona! Gracias y saludos.

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    1. A veces una cura de humildad, un amigo franco o una bofetada sin manos es lo mejor. Un abrazo Pedro.

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  3. Qué gran "anécdota" y qué bien contada. Algo que en apariencia es sólo un detalle y que nos da semejante lección de vida. De mi trabajo me apasionan este tipo de cosas, que cada cierto tiempo algo me sorprende hasta el punto de tener que replantearme muchas cosas, me alegra ver que te ocurre lo mismo.
    En otro orden de cosas, me sigue llamando mucho la atención el lenguaje carcelario, y hacía mucho que no oía/leía lo de "el bicho", me ha gustado recordarlo. Un gran abrazo, Elena!!

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    1. Hola Eladio, cierto lo que dices, creo que cuando suceden este tipo de cosas te tiemblan tus propios cimientos. Considero que ese es el momento de pararse y mirarse un poco por dentro. Además, el blog me está ayudando a replantearme muchas cosas así que, gracias a ti. Con lo de la terminología carcelaria ando un poco mosqueada; creo que es muy perniciosa pero que complicado es cambiarla. En mi trabajo hago lo que puedo pero no se sí logro avanzar lo suficiente. Un abrazo.

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  4. Gracias por tu comentario Elena, me alegro que te gusten estos buñuelos de merluza, son bastante socorridos y aguantan bien hacerlos con antelación.
    Lo de madrugar para llegar pronto y no conseguirlo me suena, a mi tambien me pasa, sobre todo si tienes que sacar al chucho, que es mi caso, pero en fin, a alguien hay que echar la culpa, ja,ja,ja.
    Esta entrada me ha gustado mucho, como las anteriores y si está claro, ninguno estamo libres de prejuicios y lo de aprender, solo tienes que reflexionar y te das cuenta que se aprende de todo y de todos constantemente. Si me permites una corrección el revuelto es una mezcla de heroína y cocaína.
    Buen fin de semana y felices vacaciones, por cierto llevo el módulo 7 en tus vacaciones.
    Un beso de maricacharros.

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    1. Llevas toda la razón con el revuelto, mira que es de sobra conocido...en fin, lapsus de la escritura...Gracias por la corrección. Gracias por comentar y espero que el 7 no te dé muchos dolores de cabeza.

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