Todos los días tomamos decisiones,
elegimos productos y nos postulamos a favor de tal o cual idea.
Podemos afirmar que de forma continua estamos obligados a
decantarnos por opciones preestablecidas. Afortunadamente, no todos
los dilemas que se nos presentan requieren el mismo nivel de
evaluación, de lo contrario, nos pasaríamos la vida, a modo del Hamlet
shakespeariano, entre un ser o
no ser.
Si vamos a un restaurante y nos
ofrecen carne o pescado, creo que a ninguno de nosotros se nos
ocurrirá coger papel y lápiz y realizar un análisis pormenorizado
de los pros y contras de nuestra potencial decisión. Supongo que
todos tenemos ya muy definidos nuestros gustos culinarios, de modo
que, la elección del menú no resulta una disyuntiva trascendental
en la que tengamos que detenernos demasiado.
Lo que me parece más preocupante es
la tendencia, a mi juicio, reduccionista con la que se tratan otros
temas más relevantes. Voy a referirme a dos asuntos que considero claros exponentes de esa simplificación excesiva de lo
que es complicado.
Algunas personas, cuando descubren a qué me dedico, me preguntan si estoy a favor
de los presos, puesto que una de mis funciones es garantizar la protección de sus derechos. En prisión, las/los trabajadoras/es
sociales, como en casi todos los ámbitos, adoptamos distintos roles; en ocasiones predomina el rol de
control, en otras el terapéutico y en muchas el rol de ayuda.
Realmente, encontrar un contexto puro, es decir, en el que sólo exista control o sólo ayuda es casi imposible pues los roles se superponen y
complementan.
A pesar de esto, el rol de ayuda sigue sin ser entendido. Muchas personas siguen considerando que el hecho de estar preso (por cierto, cuanto más tiempo mejor) debería implicar una penosidad añadida, como si el internamiento no fuese suficiente castigo para restituir a la víctima y a la sociedad. -Cerraba la puerta y tiraba la llave al mar- he llegado a escuchar. Sin embargo, no existe ningún dato que avale que el endurecimiento de la condena, la transgresión de los derechos humanos o el trato degradante influya en el decrecimiento de la delincuencia. Al contrario, como demuestran los modernos sistemas penitenciarios escandinavos.
Además de la repercusión en el exterior, no hay nada más que echar un vistazo a las estadísticas y/o si se prefiere a los discursos de compañeros más veteranos, para comprobar que desde que existe el Tratamiento Penitenciario los motines y la violencia intrapenitenciaria ha caído en picado. Aún así, seguimos apareciendo ante muchas personas como profesionales que minimizamos el delito cometido por el delincuente sin reparar lo más mínimo en la víctima del daño ocasionado.
Para que quede claro he de decir que no es cierto. Tenemos muy presente a la víctima así como la alarma social creada y las posibilidades de reinserción del interno. Tan claro como que estamos insertos en un sistema que condena a los presos a penas privativas de libertad pero NO de derechos.
Otro ejemplo de reducción es el sacrificio de Excálibur, el perro de Teresa Romero. Soy una de las personas a las que indignó que lo sacrificaran y además me ha
enfadado la sarta de mentiras y sandeces, de nuevo, simplistas, con las que se ha argumentado tal decisión, especialmente, la del periodista Gustavo
Vidal Manzanares en su
artículo "Estamos
ante una probable pandemia...¡que le den por culo al perrito
Excálibur!
El propio título del artículo ya
plantea un dilema capcioso: como estamos ante una probable
pandemia hay que
matar al perro. Me parece que no soy muy atrevida si extraigo de esto
conclusiones lógicas: si matamos al perro, se evitará una pandemia. Planteado el tema así, no sé si
intencionadamente o no (como aquel menú cerrado del principio) pareciera que tan sólo pudieras situarte del lado de la salvación
del perro o de la humanidad en su conjunto (o carne o pescado). Vamos, que sentir compasión por un ser vivo y defender los derechos de los animales resulta totalmente contrario a desear la recuperación de Teresa y todos los enfermos de Ébola.
Asimismo, el autor muestra su
extrañeza por el amplio respaldo que ha tenido el apoyo a Excálibur
y, lo que él considera, escaso a su dueña. Con respecto a esto, el autor viene a decir que la sociedad sufre un claro deterioro de valores. Pero el periodista omite que
quizás la gente se moviliza por causas en las que cree tener cierto grado de éxito. Con la del perro, la gente creyó que cabía lugar para la esperanza y que igual con movilizaciones y firmas change.org, podía cambiar el destino del animal. Por su parte, Teresa ya estaba siendo atendida, concentrarse en la puerta del Hospital Carlos III nada iba a influir en la bajada de carga viral de la auxiliar. Es más, en el momento que entró en acción el Consejero de Sanidad, produjo la indignación de la sociedad en su conjunto y no fueron pocas las voces alzadas en su contra.
Por cierto, echo de menos una segunda
parte del artículo de Vidal, en el que opine sobre la decisión
del alcalde de Dallas con el
perro de una enfermera contagiada.
Este nivel de simplificación que infantiliza permanentemente a la población
me pone cada vez más enferma. Así que para quienes piensan y actúan de esta forma, unos cortos eslóganes reduccionistas a
ver si se comprende mejor:
Internos sí, delincuencia no.
Excálibur sí, Teresa también.
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