sábado, 26 de julio de 2014

El síndrome del tiempo congelado.

Se nos suele acusar a los trabajadores sociales de prisiones de perdernos en la burocracia y en los formalismos jurídicos. Probablemente algo de razón lleven esas críticas, pero me propongo a partir de esta entrada desmontar el mito abordando algunas intervenciones que también realizamos al margen de la gestión administrativa y asistencial.

Uno de los aspectos de la reclusión en el que las trabajadoras sociales penitenciarias debemos intervenir en profundidad es en el relativo a la transición cárcel-libertad. Antes de entrar en materia recomiendo la lectura de una investigación realizada por Melina Crespi e Isabel M. Mikulic: Estudio de la reinserción social de liberados condicionales.

En esta publicación, las autoras muestran los principales miedos percibidos por muchas personas internas en prisión al regresar a su ambiente socio-familiar. La situación económica, el desempleo, la carencia de vivienda, la separación de la pareja, las tensiones en las relaciones familiares y el pánico a recaer son algunos de los temores que las autoras describen. Tener en cuenta estas preocupaciones es muy importante porque están íntimamente relacionadas con los factores de riesgo que pueden conducir a la reincidencia, de ahí la necesidad de trabajar esta transición.

No descubro el Bosón de Higgs si afirmo que la adaptación a la libertad tras la reclusión es una situación difícil, de hecho, Instituciones Penitenciarias, consciente de la necesidad de arbitrar mecanismos que contribuyesen a la preparación para la vida en libertad, estableció los permisos de salida. Éstos, al igual que el régimen de semilibertad (tercer grado penitenciario), representan un importante papel en la reducción del impacto y en la paulatina adaptación a su ambiente de procedencia, pero por sí solos los permisos resultan insuficientes.

Fuente: http://es.forwallpaper.com/wallpaper/frozen-time-16696.html
Uno de los fenómenos que se producen con la vuelta a casa es lo que los expertos han denominado en situación de tiempo congelado. Se produce cuando las expectativas del interno o de su familia no se ajustan a la realidad, originando un conflicto entre sus miembros, provocando una tensión en las relaciones familiares y pudiendo ocasionar, incluso, la propia ruptura del vínculo.

El interno espera el primer permiso con ansias; probablemente, su madre o esposa le ha prometido cocinar su plato favorito, ha planeado ir a la playa o, simplemente, esa noche podrá hacer el amor sin un funcionario tras la puerta. La familia estará dispuesta a recibirlo entre algodones, prestarle toda la atención necesaria y atender cualquier requerimiento. Ese día el interno es el rey.

Normalmente, si la evolución se observa favorable, tras este primer permiso vienen otros, después el tercer grado y, por último, la libertad condicional. La presencia del interno en casa ya no es un hecho esporádico, por lo que ese nivel de atención de la familia para con el interno ya no se da con tanta intensidad. Quizás ya no se le permita que elija siempre el canal de televisión, igual sus familiares tienen planes distintos a los suyos o esa noche no vengan sus amigos a visitarlo.

Del mismo modo, cuando el interno entró en prisión sus familiares siguieron viviendo, afrontando las deudas en solitario y solventando los problemas de la vida cotidiana. La familia ya no es la misma, el mundo no se paró y el tiempo no se congeló. Hacer consciente a ambas partes de que este es un proceso muy habitual, trabajar en el entendimiento de los sentimientos del otro y abordar la adquisición de estrategias para la solución de conflictos se convierte, desde la concesión del primer permiso, en una intervención necesaria a la que las trabajadoras sociales de prisiones prestamos especial atención.

Ésta y otras intervenciones son las que constituyen la razón de ser del trabajo social penitenciario y las que contribuyen al mandato constitucional referido a la reinserción social de presos y ex-reclusos.

martes, 15 de julio de 2014

Los delincuentes también pueden ser dependientes.

La promulgación a mansalva de leyes antisociales que está llevando a cabo el Gobierno es, como todos sabemos, un tema muy preocupante. Asimismo, existen otras situaciones que se están produciendo que me parece que tienen la misma relevancia pero reparamos menos en sus consecuencias. Me refiero a la asunción por parte de empleados públicos o no de órdenes o directrices provenientes de la administración en general o de nuestro jefe inmediato en particular, que no están contempladas en ninguna normativa o incluso pudieran resultar contrarias a la misma. Si lo primero supone una agresión al Estado de Bienestar, lo segundo implica un atentado a nuestro propio Estado de Derecho. 

Hace algunos meses se me presentó un caso de un interno que tenía serias dificultades para desenvolverse solo en las actividades básicas de la vida diaria, era mayor de sesenta y cinco años, no disponía de domicilio y en fechas próximas finalizaba su condena. Organizar la salida de esta persona para que pudiera disponer de unas mínimas condiciones humanas era el principal objetivo a conseguir.

En un principio, intenté implicar a la familia en el caso, lo cual resultó imposible (y en cierto modo comprensible) dado que el delito por el que cumplía condena el interno se produjo en el seno de la misma. Ningún miembro de dicha familia estaba dispuesto a perdonarlo, mucho menos a colaborar en la adaptación de su vida en libertad. Descartada la opción de ser atendido en su propio medio pensé en el apoyo institucional y de ahí la necesidad de solicitar una valoración de dependencia con la intención de gestionar después el ingreso en residencia.

Fuente: www.eldiario.es
Tras el envío de la solicitud a la Delegación Provincial se esperó el plazo correspondiente sin recibir contestación alguna. Llamé a la Delegación y me respondieron que no iban a valorar a una persona que estaba en prisión porque se supone que en esta institución ya cuentan con los medios necesarios ¡Toma, y en una residencia también y no por ello se deja de valorar a una persona que pueda encontrarse en situación de dependencia!

Ante la negativa de la Delegación nos encontrábamos con un problema grave: dejábamos en la calle a una persona presumiblemente dependiente, sin hogar, sin apoyo familiar y con escasos recursos económicos. Cuando pensamos en una persona en situación de dependencia creo que a casi todos se nos viene a la mente un adorable anciano de pelo blanco con una profunda ternura en la mirada, pero no. No todos los dependientes tienen el mismo perfil, también hay dependientes delincuentes o dependientes que han pasado su vida autónoma amargando la existencia a las personas de su alrededor.

La Ley de Dependencia supuso un importante avance para los Servicios Sociales porque implicaba el establecimiento de un derecho subjetivo; si se cumplen una serie de requisitos se garantizan una serie de atenciones tendentes a la promoción de la autonomía y la atención a la dependencia que a esta persona, por el hecho de haber cometido un delito en el pasado, se le estaba negando. Nos guste o no la ley ha de ser aplicada a todos los ciudadanos por igual de lo contrario se estaría actuando con una discrecionalidad que podría sentar un peligroso precedente. Lo próximo podría resultar la obligación de demostrar una trayectoria intachable para ser objeto de atención, pero bueno no demos ideas.

El interno rehusó emprender acciones legales o a elevar una queja al Defensor del Pueblo, supongo que por miedo a represalias o por el descreimiento en las instituciones. Finalmente, tuvimos que recurrir a los Servicios Sociales Comunitarios de su población, los cuales, aunque reacios en un principio por la alarma social que este hombre despertaba en la localidad, accedieron a tramitar varias ayudas de emergencia social y unas pocas horas de ayuda a domicilio hasta finalmente ser valorado por Dependencia. Unos innecesarios miles de euros después, esta persona se encuentra por fin en una residencia pero la práctica de no valorar en las prisiones continúa, al menos en mi provincia. Supongo que en esto de los más desfavorecidos también hay clases. 

miércoles, 2 de julio de 2014

Un día como los demás.

Vivo a muchos kilómetros de mi lugar de trabajo y soy un poco lenta en arreglarme, razones por las que suelo levantarme temprano en un intento fallido por llegar pronto y así poder salir a una hora decente para el almuerzo.

Lo primero que hago al llegar es desayunar. No hay nada mejor que un café y un poco de tertulia sobre las últimas novedades gubernamentales para activarse o ponerse de mala follá.

Una vez recargadas las pilas me voy a mi despacho que está en el interior, denominamos así a las estancias donde se ubican los módulos de los internos y unas cuantas dependencias más para diferenciarlas de la parte de oficinas que se sitúan, por tanto, en el exterior. El despacho lo comparto con tres compañeros más, dos educadores y una trabajadora social. En el anterior despacho estábamos nueve personas por lo que ahora mismo me parece que estoy viviendo un sueño; era muy difícil hacer una simple llamada telefónica o centrarse en un informe.

Casi todos los días sigo el mismo ritual: realizo las gestiones pendientes, veo los asuntos que tengo que tratar en el Equipo Técnico y la Junta de Tratamiento y me organizo la agenda. Luego me voy a los módulos, recorriendo los largos pasillos que conducen a los mismos. Dicen que cuando se conoce el camino el trayecto parece más corto que cuando lo recorres por primera vez, pero yo los sigo viendo muy largos. Una vez frente al módulo, llamo al timbre y espero a que el funcionario me abra la puerta:

-Buenos días, ¿qué tal va todo?
-Hola, bien, ¿a quién vas a ver hoy?

Ojeo el libro de citas, le entrego un listado y comienzo con las entrevistas. Todos los días igual. Yo estaba aquel día con el piloto automático puesto: hacer tres clasificaciones, cuatro revisiones de grado, mirar los permisos no habituales y atender las demandas del módulo. Estaba terminando casi a tiempo de irme a la reunión del Equipo Técnico pero alguien pidió hablar conmigo a pesar de no estar inscrito en el libro.
http: cvc.cervantes.es

-Buenos días ¿Puede usted atenderme?
-Buenos días, no le conozco. ¿Es usted nuevo?
-Llevo en el módulo una semana. Sé que no estoy apuntado pero me gustaría tratar un tema.

Era un hombre de unos cuarenta y pico largos, muy delgado, con tatuajes, piel oscura, media melena y un claro deterioro de drogas y calle. Imaginé lo que querría: seguro que no tenía familiares que pudieran apoyarlo desde fuera, necesitaría ropa y en vestuario no habrían escuchado sus peticiones, o quizás estaba cobrando un subsidio por excarcelación y querría seguir percibiéndolo en prisión.

-Normalmente atiendo con cita previa pero dado que usted es nuevo... siéntese. ¿Cómo se llama?
(Me respondió diciéndome sólo el apellido, que es como se suele nombrar a los internos en la prisión).
-¿Y el nombre? (No me gusta llamar a la gente por el apellido, pareciera que la identidad se redujese a la procedencia de tal o cual familia)
-José.
-Dígame José, ¿cómo lleva el ingreso?
-Bien, no es la primera vez que entro. Ya he estado varias veces en la cárcel: Algeciras, Albolote y aquí, aquí también he estado. Sé como va esto.
-Lo he supuesto al estar usted en un módulo de reincidentes.
-Mi problema son las drogas, tengo el bicho (SIDA) y cobro una pensión por minusvalía. No tengo familia y vivo en una casa vieja que era de mis padres (ubicada en un barrio con altos niveles delincuenciales). Aquí siempre me repongo pero en la calle vuelvo a caer.

Resumió su situación sin pudor alguno, supongo que de tanto repetirla, casi mejor que un opositor en un supuesto práctico.

-El tema es que me gusta colaborar con una asociación que ayuda a los niños pobres. Cuando estoy en la calle, las drogas me ciegan y dejo de pagarla porque me lo gasto todo en revuelto (mezcla de heroína y cocaína) pero el otro día vi en la tele a unos pobres negrillos llenos de moscas y mocos y quisiera volver a pagarla. No recuerdo cómo lo hice la primera vez y no sé a quién acudir.

Supongo que tardé en reaccionar porque de nuevo me espetó:

-¿Me puede usted ayudar?

En los trámites que realicé no me voy a detener porque fueron unas simples gestiones a través del ordenador. Tan sólo una breve reflexión para terminar. Cuando terminé la entrevista le pedí al funcionario que me abriese de nuevo la puerta, ya llegaba tarde a la reunión de Equipo pero igualmente me encendí un cigarro y, recorriendo de nuevo esos ya no tan largos pasillos, pensé en dos cosas que había aprendido aquel día: yo tampoco estoy libre de prejuicios y todo el mundo puede dar lecciones de vida, incluso un interno prisionalizado y enfermo a una estupenda trabajadora social.

Hasta pronto.

Víctor Manuel "Soy un corazón tendido al sol"