sábado, 19 de septiembre de 2015

Castigado sin tele.

Echando un vistazo en las redes sociales a menudo tropezamos con reflexiones, frases y/o imágenes que tomamos como ciertas sin ni tan siquiera cuestionarnos lo que pueda haber de verdad en ellas.

La última que me he encontrado es la que figura en la imagen de más abajo. Moncho Borrajo hace la siguiente pregunta en twitter: ¿Por qué los enfermos tienen que pagar por ver la TV pública y los presos no? Desde luego estoy de acuerdo con su autor; la pregunta es tontísima, pero lo peor es que la comparación resulta, además, falaz, capciosa y simplona.

Es cierto que en prisión hay una televisión comunitaria en cada módulo, una única pantalla que comparten decenas de internos, a veces un centenar, y que suele estar ubicada en el espacio dedicado a comedor, al igual que existen en algunas salas de espera de hospitales. 

Hay que puntualizar que cuando finaliza la jornada en prisión, los internos son recluidos en sus celdas alrededor de las ocho de la tarde, donde permanecen hasta la mañana del día siguiente. Las televisiones que existen en las celdas son compradas por los propios presos, quiénes encomiendan al demandadero o demandadera que le descuenten de su cuenta de peculio la cantidad de dinero para la adquisición del producto. 

Como es de suponer, si la persona en cuestión carece de medios económicos no dispondrá de tele a menos que su compañero de chabolo cuente con mayores recursos pecuniarios y haya decidido adquirirla a título personal. 

Aclarado este tema, a mí también me surge una pregunta (igual lo mismo de tonta): Si los presos carecieran de televisiones ¿en los hospitales se podría ver la TV gratis? Mucho me temo que ese servicio de TV de pago que, en la mayoría de las ocasiones, ha sido cedido a una empresa privada no desaparecería. Me entristece que siempre que se establecen comparaciones con las personas reclusas exista un ánimo revanchista hacia ellas, como si el internamiento no fuese suficiente o los presos tuviesen la culpa de la crisis, los desahucios o la muerte de Manolete. Para la próxima reforma del Código Penal podríamos proponer como medida de seguridad añadida a la pena el apagón informativo.

Además de entristecerme esta situación, me indigna. Me resulta despreciable enfrentar a colectivos que atraviesan situaciones de dificultad. Es como si culpásemos de los recortes en educación al coste que supone la obtención de medicamentos gratis por parte de los pensionistas. 

Al margen de lo ya dicho, los medios de comunicación suponen a veces la única ventana al exterior para muchos internos. Sin ellos, entrar en la cárcel sería lo más parecido a una máquina del tiempo; algo así como subirse en el DeLorean el primer día de internamiento y despertarse en un futuro desconocido y amenazante el último. Dudo que un excesivo aislamiento del exterior ayude a la inserción social de estas personas.

Lo más triste del dichoso tweet (rebotado y aplaudido por muchas personas) es que a su autor se le presupone un nivel cultural lo suficientemente alto como para caer en comparaciones tan ramplonas y, por otra parte, su condición declarada de homosexual debería facultarlo para tener una actitud, al menos, sensible con los más desfavorecidos. En fin, una pena.