He tenido la fortuna y la oportunidad de trabajar en muchos ámbitos: asociación de personas con enfermedad mental, Servicios Sociales Comunitarios, Agencia para la Dependencia, residencia de personas mayores, U.E.D de personas con Alzheimer... En todos estos sectores creo que he aprendido algo, sin embargo, considero que la trabajadora social que soy se lo debo básicamente a la cárcel. Al fin y al cabo, es mi experiencia laboral más extensa.
Mi relación con la prisión podríamos definirla como complicada, le tengo una especie de amor/odio difícil de explicar. De cualquier modo, ahora que trabajo en Servicios Sociales de base intento no olvidarme de sus enseñanzas: por ejemplo, que se puede desarrollar trabajo social sin ayudas económicas. El hecho de casi no contar con prestaciones dinerarias te obliga a presentarte desnuda ante la persona interna, sin posibilidad de parapetarte en más recursos que la relación de ayuda y la creación de un vínculo genuino.
O por ejemplo, percatarte de la importancia de argumentar las decisiones que afecta a la población penitenciaria. Explicarle a una persona que el sentido de mi voto ante un beneficio penitenciario va a ser negativo ha sido uno de los retos más difíciles de acometer en mi trayectoria profesional. No obstante, esta explicación ha resultado a la larga notablemente beneficiosa. Primero, porque preserva la dignidad de la persona y su derecho a ser informada, segundo, porque contribuye a la definición de la relación de ayuda y, tercero, porque muestra y devuelve las consecuencias de una determinada conducta.
Por todo esto, abracé con esperanzas el Real Decreto-ley 20/2020, de 29 de mayo, por el que se establece el ingreso mínimo vital. Creía que su aprobación implicaría, por fin, sacar la cobertura de necesidades básicas del sistema de servicios sociales. De esta manera, el trabajo social volvería a desempeñar sus verdaderas funciones.
¡Craso error!
Un I.M.V. que establece requisitos tan absurdos como un límite de percepción económica en el año anterior, unos plazos para su percepción que superan el medio año y un patrimonio máximo irrisorio no creo que pueda dar cobertura a toda la población con precariedad económica. Además, como denuncia la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión, supone un riesgo para otras partidas autonómicas destinadas a las rentas mínimas que se pueden ver mermadas. Con lo fácil que hubiera sido la aprobación de una Renta Básica Universal... Deseo 1 para el próximo año.
Otro tema que me tiene preocupada es la denominada Ley Trans, pendiente de aprobarse. Mucho se ha hablado de ella, incluso el debate se ha visto polarizado tanto que ha llevado a réplicas y contrarréplicas interminables en las redes, en la prensa y en el Congreso. Los temas que más polémica despiertan versan sobre la autodeterminación del género sin acompañamiento y/o supervisión psicológica, la hormonación y la edad establecida para transicionar y el cuestionamiento desde el feminismo de que ser hombre o mujer sea una mera elección. Yo no voy a entrar en argumentarios, para eso hay gente mucho más experta que yo: Dejo este artículo, y éste y este otro.
Pero sí que voy a hacer un breve relato personal. Soy la menor de tres hermanos: una hermana doce años mayor y un hermano diez años mayor. Mi familia es muy tradicional. Agricultores de varias generaciones con una ideología conservadora y continuista. Cuando era pequeña veía que mi hermana le hacía la cama a mi hermano, el domingo a ella le daban unas pesetas menos que a él, ella no podía salir si después no la iban a acompañar y siempre hasta una hora determinada, él no tenía esas restricciones. Cuando mi hermano llegaba del invernadero teníamos que salir rápidamente del cuarto de baño porque tenía prisa para ir a ver a la novia. Que digo yo... que ya podían haber hecho mis padres un segundo cuarto de baño en una casa de 180 metros cuadrados.
Cuando se acercaban los reyes siempre deseaba lo mismo: un coche teledirigido y no la triste lloripecas, esa muñeca horrenda que lloraba si le mojabas la cara. El coche nunca llegó porque no era un juguete de niñas y a mí me daba vergüenza pedirlo, así que me conformaba con la muñequita en cuestión.
Desde adolescente me gusta el fútbol, pero no había equipo femenino en el pueblo por aquel entonces, mis opciones eran baloncesto o balonmano, me incliné por el primero.
La realidad que yo observaba es que lo único malo de ser varón era tener que hacer la "mili", por lo demás era mucho mejor ser del sexo masculino. Así que, durante muchos años, si se me hubiera aparecido el genio de la lámpara lo primero que habría pedido es ser un chico. Como afirma Victoria Sendón «Si las leyes trans hubieran existido en nuestra generación (...) ahora seríamos señores con bigote y barba y con una doble mastectomía, porque cuando nos preguntaban qué queríamos ser de mayores, siempre decíamos que queríamos ser chicos»
Juan Soto Ivars sostiene que hay gente transexual definitiva y otra que fluctúa. "Si en el sentir puntual de una persona inicia un proceso de hormonación y operaciones, estamos dejando en la más absoluta vulnerabilidad a personas simplemente confundidas". Así que espero que se protejan los derechos de las personas trans, pero también que se abra un debate racional, sin tabúes y que esta ley no se apruebe sin las modificaciones necesarias. Deseo 2 para el 2021.
Por último, solo llamar la atención sobre como la pandemia ha influido en nuestro desempeño profesional. Durante el confinamiento afloró la soledad de parte de la ciudadanía, la dificultad para detectar el maltrato infantil o la violencia machista y la fragilidad de las personas usuarias que se sostenían con trabajos en la economía sumergida, pero también la capacidad de adaptarse a las nuevas tecnologías, de crearse cuentas de correo electrónico o mandar fotos vía guasap. Este contexto, en el que los contactos telemáticos han desplazado a muchos de los anteriores contactos físicos, supone un reto profesional. Primero, tendremos que ser capaces de discriminar cuando es necesaria una intervención presencial y cuando no. Segundo, evitar que la falta de contacto físico merme la calidad y calidez de nuestras intervenciones. Y, tercero, tratar la información que se genera por estos nuevos medios con la máxima confidencialidad como imperativo ético.
Tal y como sostiene Viscarret, la creciente informatización y tecnologización de los espacios de trabajo proporciona una gran comodidad, pero también una elevada confusión no resuelta y la correspondiente controversia relacionada con los derechos y obligaciones de confidencialidad en estos nuevos entornos. Así que espero que sepamos adaptarnos a estas nuevas circunstancias en aras de prestar el mejor servicio posible a la ciudadanía. Deseo 3.
¡Ojalá el 2021 os sea mucho más propicio que el 2020, salud ante todo y que los reyes me traigan el coche teledirigido ya!